Viajar puede ser una forma de desconexión, de aventura o de descubrimiento. Pero también puede ser una herramienta poderosa para el cambio positivo. En mi experiencia personal, descubrí que el turismo no solo puede aportar beneficios económicos a las comunidades locales, sino que también puede convertirse en un vehículo para proteger culturas, fortalecer identidades y empoderar a quienes históricamente han sido invisibilizados.
Durante mi viaje a Kenia, tuve la oportunidad de convivir con la tribu Samburu de una forma especial, una comunidad semipastoril y nómada al norte del país que me abrió las puertas no solo a su territorio, sino a su forma de ver el mundo. Lo que más me impactó fue la autenticidad con la que compartieron su día a día: no solamente sus rituales, danzas, la estructura familiar, y la relación profunda que tienen con la tierra, si no también el conversar con ellos y hablar de cosas que incluso pueden parecer transcendentales, y dudas curiosas, hicieron que pudiese entender mas y respetara mejor este tipo de culturas y formas de vivir. Todo ello sin convertirlo en una puesta en escena para el visitante, sino como una oportunidad de diálogo e intercambio real.
Fue allí donde entendí la diferencia entre un turismo que transforma y un turismo que protege. Mientras que la visita a los Masái Mara (una de las tribus más conocidas internacionalmente) me pareció más próxima a un espectáculo diseñado para el turista, la experiencia con los Samburu me enseñó que hay otras formas de hacer las cosas. En los Masái Mara, la línea entre mostrar la cultura y comercializarla parecía difusa. En cambio, con los Samburu sentí que el turismo estaba siendo gestionado de manera que fortalecía su identidad y fomentaba el respeto mutuo.
Este tipo de turismo responsable y comunitario permite que las comunidades decidan qué quieren compartir, cómo quieren hacerlo y con qué propósito. Más allá del ingreso económico, se convierte en una herramienta para preservar su lengua, sus costumbres y su cosmovisión, sobre todo frente al riesgo de homogeneización cultural que conlleva la globalización.
Desde entonces, me esfuerzo en apoyar iniciativas turísticas que trabajen desde este enfoque. No quiero que se me malentienda, soy un gran defensor de la globalización y el avance continuo en tecnología, ya que creo que como sociedad debemos exigirnos mejora constante, aún así, preservar la cultura y en especial la forma de vivir de personas que así lo deciden creo que es justo y esencial para todo el mundo. Porque cuando se hace bien, el turismo puede ser una vía para la protección cultural y la transformación personal.